lunes, junio 27, 2011

La buena hija


Despertó temprano. El sol se colaba por aquellas  venecianas. Su infancia y las venecianas eran la misma cosa. Él podía pertenecer igualmente a su pasado. Demasiada diferencia de años. Vidas tan distintas. Hacía calor y ella le cuidaba. Ahora un poco de agua. Ahora, las pastillas. Ahora sentía pena. Ahora, nostalgia. Y culpabilidad. Eso, sobre todo. Daba igual su actitud, su desdén incluso. Haberle traicionado de aquella manera en estos momentos de extrema debilidad la ataba a su cama moribunda. Había de salvarle, al menos, de más dolor. El proseguía sus lamentos, sus insultos pero ella creía que una palabra suya, bastaría para sanarle.Todo había estado mal. Todo, todo: su secuestro; hacerle creer que tenía una pistola, que sin piedad le mataría, que sin piedad, le arrancaría un dedo y lo enviaría a su familia envuelto en papel de celofán si no se plegaba a sus expectativas. Sí, quizá había sido todo un poco excesivo, pero puestos a ser sinceros, él le enseñó esa técnica sofisticada que es marcarse unos cuantos faroles y, lo más difícil, creértelo y que el otro te crea capaz de cualquier locura. Era un inconveniente que se conocieran tanto...si no hubiese sido por la pistola y la jeringuilla, él seguiría tan tranquilo en su casa. Pero ella se sentía en la obligación de raptarle para cuidarle, porque ella debía cuidarle para redimirse de tanto daño causado. La familia estaría tranquila. Pronto les enviaría una misiva para que se calmasen. Ahora, en la penumbra de aquel cuarto que amanecía con aquella luz rayada de las ventanas venecianas, se cerraba el círculo. Hacía casi 40 años, ese señor le pidió que se sentase en sus rodillas. Ella lo hizo. Sólo se miraron. Él, con ternura infinita. Era su hija pero nadie podía saberlo. Saberse postergada del amor de su padre la convirtió en una niña rebelde, en una adolescente insoportable y en una chantajista de adulta. En realidad no quería el dinero. Sólo su atención. Sabía que había sido una niña mala y ahora le cuidaría, le mimaría como una hija hace con el padre moribundo. Daban igual sus maldiciones. No importaba el desdén y la rabia. Él la quería. Era su papá, el papá listo e importante que se dignaba a verla una vez por año y a pagarle todos sus caprichos. Era hora de devolverle todo ese afecto. Esa luz rayada de las venecianas mantenía oculto el arsenal de medicinas con el que mimaría a su papi hasta el final de sus días.


Imagen de Rai Robledo 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

J'aime vraiment votre article. J'ai essaye de trouver de nombreux en ligne et trouver le v?tre pour être la meilleure de toutes.

Mon francais n'est pas tres bon, je suis de l'Allemagne.

Mon blog:
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Yurinka dijo...

Otra vez muy bueno, y sobre todo da un poco de miedo lo que discurre por tu cabeza, jeje

LOLA GRACIA dijo...

Pablo...ya sabes que el arte es una sublimación de nuestros anhelos. A lo mejor, un día me quedé con las ganas de darle una colleja a alguien. En vez de colleja, relato :)