viernes, septiembre 21, 2012

Bernstein





El autobús pasó a nuestro lado como un enorme animal de fuego. De noche, con el suave viento que precede a la lluvia, podía aislar ese momento. El enorme bicho, ruidoso, con luces rojas, como un dragón de El entierro de la sardina. "Un poco más y nos saca de la carretera".  Dos muchachos agradables me sacaron del pensamiento. Mi hijo: "¿Los conoces?"  

--No, hijo, la gente aquí en La Alberca es así. Hablan con las personas como si las conocieran de toda la vida.

Gonzalo me mira. Sin palabras sé que me dice “eso te pasará a ti, porque lo que es a mi”. Adoro esas calles que bajan del monte, recoletas, estrechas, todavía con el olor a pino Mediterráneo. Vengo de hablar con Silvia.  ¡Experta en tantas cosas! Es un libro abierto. Siempre aprendes con ella: cábala, civilizaciones vetustas, energías. Quiere que me lea un libro que conozco de Laura Esquivel pero que nunca contemplé. Ya tuve mucho agua y chocolate.

Pero le haré caso.  Es una edición minúscula de Grijalbo. La mañana ha sido movida, reunión en la Filmoteca, con Virgina, la nueva directora de la OSRM. Los proyectos bonitos, como el que acaricia Ángel Cruz, siempre parecen algo descabellados. Sonará Bernstein en el antiguo cine Salzillo “Y West Side Story es muy grande dice Virginia”. Toda la percusión, una batería, los timbales “Hasta el saxofón”. Leonard era un puto genio y como los grandes genios algo loco, algo excesivo. Por eso adoramos cada canción de West Side Story. Está llena de alma, de fuego, de misterio incluso.
Hablo con Antonio Cano de un par de ideas para hacer ciclos, después de enero, claro. Voy trazando los caminos para el próximo 2013 que tendrá que ser tan bueno o mejor que éste, a pesar de tanta voz y tanta monserga que nos recuerda cada hora “lo mal que están las cosas”. Vale, pero no nos paremos. No dejemos de soñar y de inventar. A veces me siento como un capitán trazando la ruta de bitácora…pero al ser de letras mis mapas son algo caóticos en la superficie con un fondo de verdad, de mansedumbre, de paz incluso, de armonía.
Mi orquesta afina, justo antes de comenzar el concierto. Gonzalo se deja seducir por un helado de Yogur con lacasitos y negociamos el próximo fin de semana. Sus juegos de ordenador, sus pequeños tics que me preocupan, que se van como vienen, sus enormes ojos, llenos de pestañas. Me perdería en ellos para siempre. Cuánto se quiere a los hijos y qué placer ver cómo crecen, su gran vocabulario su destreza para construir frases, su vida que es tan fresca, tan inocente y tan sabia.

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