jueves, mayo 01, 2014

El mandamiento de los amantes





Gracias por existir, dijiste, llevado por el resorte de una canción. Como quedamos en que no te recordaría amores pasados, pasé por alto esa frase, exacta, a la que me regaló alguien a quien amé, quizá demasiado.

Todo resultó tan perfecto, tan como estaba en mi cabeza, que me parecía mentira. El vino con la temperatura justa. Nuestros cuerpos con la temperatura justa. Es decir, sudorosos, brillantes, temblorosos porque siempre hubo ese temblor entre tú y yo. Ese temblor que da tanto miedo. El temblor silencioso, como la calma que precede a la tormenta. Los interminables besos, las sorpresas. Mi corpiño, el cubito que arrebaté a la hielera para pasearlo por tu pecho y meterlo en tu boca y comerlo a medias.
Tu ternura, tu dejarte ir, la fiereza acompasada a un ritmo. El medio tiempo perfecto del perfecto acoplamiento. Escuché tus latidos y jugué al tam-tam sobre tu pecho. Tu me imitaste. Eres un gran imitador. A veces pienso que el sentimiento sólo era mio hasta me confesaste que ya pensaste en mi aquel día, el día en que nos conocimos y que no podíamos quitarnos ojo.
La cama se quedaba pequeña, siempre lo es cuando hay tanto amor. Ese amor incontenible. Y, poco a poco, nos fuimos colonizando. En un momento me abarcaste, me sentí pequeña y protegida entre tus piernas y tus brazos. Y volvimos a los besos. Y regresó tu deseo loco. "¿Ves como me pones? Comenzamos con los besitos y no hay forma de parar".

Pero hubo que parar porque cada uno tenía que regresar a su mundo. A su vida. Descubriste una mancha de sol en mi espalda cuando compartíamos la ducha.

Nos quedamos con el número de habitación de hotel, con esa canción que un día nos recomendamos mutuamente, al mismo tiempo. Cifras y letras. De pronto todo cobra significado. Todo encaja.

Como soy una egoísta irredenta, odio devolverte al mundo. Odio terminar las horas del placer, de luna de miel .Siempre insuficientes. Como soy una egoísta, quizá te dejaré marchar para evitar el desgarro que supone la vida en tu ausencia. Que no me enamore, dijiste. Sí, también dijiste eso. Como quedamos en evitar hablar de amores pasados, obvié contarte que alguien me pidió exactamente los mismo mientras me follaba en su piscina. El que se enamoró fue él. Porque, como soy una egoísta, me entrego de una forma que asusta. Pero mi entrega es genuina. No persigue fin, ni interés y quizá nada tenga que ver con el enamoramiento.

Como soy una egoísta, me enamoro del hombre que me demuestra su amor exclusivo, inquebrantable, una y otra vez. Un año tras otro. Así, hasta al menos tres. Así consiguió enamorarme de verdad el único hombre del que me enamoré.

Con los demás me entregué, porque cuando amo, siempre me entrego. Y amé, que el amor es algo sagrado y hermoso. Pero cuando sumas decepciones, ansias insatisfechas o pequeñas deslealtades, la entrega se atenúa y no hay forma de enamorarse...e incluso de volver a entregarse con el mismo ímpetu. Y no es venganza. En ocasiones, incluso en muchas ocasiones, intenté capturar ese sentimiento, ese afán para salvar la relación más larga de mi vida.

Pero quedamos en que no te iba a hablar de mis otros amores. A pesar de tu aparente frialdad, detestas conocer los detalles. Los detalles que me hacen como soy, tal y como me ves. Tal y como me entrego a ti en una habitación de hotel, en un sillón rojo de un burlesque desierto, abrazada como una colegiala en tu moto.

Los detalles lo son todo: What a wonderful nigth!, leí en mi móvil mientras me desvestía, minutos después de habernos devorado.

Esto sí es tuyo enteramente pero no me vale, porque en esa exclamación falta el componente emocional, tierno y exclusivo.

Fue una noche maravillosa porque tú y yo lo somos cuando estamos juntos. Esos momentos son de una belleza tal que casi me enferma. Nuestros momentos son sagrados. Como el sagrado amor, como otras cosas que se presuponen sagradas.

Como soy una egoísta, no aceptaré. NO ACEPTARÉ, un "lo nuestro", que no sea sagrado en sus horas. Hermoso e irrepetible. Porque es distinto cada vez. Y así habrá de ser.

No te recordaré amores pasados pero te diré que sólo sobreviven en mi memoria y, lo que es más importante, en mi corazón, aquellos que trascendieron el sexo aunque el sexo fuese increíble con ellos. Aquellos que me transformaron, que me hicieron armarme de valor, perderle el miedo al miedo, aprovechar el momento (porque es verdad que el tiempo se nos escapa) y aquellos que me demostraron que no hay barrera emocional, psicológica, mental, física o material que se interponga entre dos amantes que se quieren, que están dispuestos a ser amantes mientras se pueda y que sobrevaloran la palabra amante por encima de cualquier otro vínculo terrenal. Porque esa es la fuerza transformadora de la vida.

Y como soy egoísta, no me pienso conformar con menos.

1 comentario:

Nadezhda Petkova Kostadinova dijo...

Impresionante,Lola! Hasta puedo decir que me he reconocido en tus palabras...