lunes, septiembre 29, 2014

Bueno, bello y verdadero




Me abordas desde atrás. Tus dedos recorren mi espalda y todo el contorno de mis hombros. Hay algo mágico en esos dedos, me digo. Debiera ser más paciente y aguardar a que completaran su itinerario. Y permanecer inmóvil. Pero soy carne trémula. La misma carne que se ducha contigo, que te hace un café, que te sirve un zumo --no te gusta-- que se bebe a medias una cerveza.

Y fantaseo con tu fantasía de llevarme en volandas y hacerme en amor contra una pared. "Peso mucho"—sentencio. "Tengo que hacer más abdominales"— te auto recriminas. Somos el uno para el otro. Nunca estamos contentos con nosotros mismos. Siempre todo es culpa nuestra.

Y odio que te culpabilizes porque quiero mimar tu alma y tu cuerpo.
Porque la culpa no sirve para nada. Es un lastre inútil que nos mina silenciosamente.

Me subo a horcajadas en tu cintura y me sorprende tu resistencia. Y me digo que sí, que sería divertido ese polvo salvaje contra una pared. E imagino la pared. Quizá blanca, quizá gris. Y yo me reiría porque seguro que me clavarías algo y tú pondrías esas caras entre sufrimiento y placer. (Porque tú no te has visto las tuyas, comentas divertido).

A veces nos precipitamos. No cumplimos nuestros propios planes. El antifaz se queda para otro día. Las esposas, también. No nos hacen falta.

Me doy la vuelta y nos mecemos en la espiral de nuestros besos perfectos. De nuestras bocas que se encuentran a las mil maravillas, como si hubiesen nacido para amarse. Y llegamos rápido al lecho. Te quitas tus deportivas. Luego tú me pondrás los zapatos como si yo fuera cenicienta y tuviera que salir volando, siempre hay que salir volando, en verdad. Pero merece la pena.

Y valoro cada beso, cada caricia, cada roce de nuestra piel, cada mirada. En el maremágnum de los días, esos minutos a solas, esa pasión casi adolescente, dibuja una sonrisa en tu cara y en la mía. Eres el caballero andante que me monta en su moto y acaricia mi mano mientras conduces y me cuenta mil cosas a través del casco. Y me sorprende con un beso apasionado en medio de la calle.

Como un buen padre, tu prudencia me hace prudente. Tu paciencia, paciente. Aunque a menudo, tengo que encerrar al tigre. Hay remolinos en mi cabeza, pensamientos tóxicos, fantasmas del pasado que reaparecen. Maldita inseguridad.

El frescor de aquella noche de estrellas fugaces viene a mi. Recostada contra tu pecho, protegida, amada y casi feliz, cerca de tu carne, cerca de tu alma.

 A veces, siento que siempre estás ahí, tras mi espalda, como en la noche de estrellas fugaces, como tantas veces que inicias el cortejo para consumirnos en el fuego. No me dejarás caer. Y yo no permitiré que te tambalees, a pesar de las turbulencias. Eres demasiado bueno, bello y verdadero para eso.

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